P. Jesús Manuel Sariego Rodríguez, SJ.
Nació en Oviedo (España) 25 diciembre 1949, ingresó a la Compañía de Jesús en 1968. Graduado de Teología, Licenciado en Filosofía (Univ. Comillas), e Historia de América (UAM, Madrid). Maestro en Ciencias Políticas (UNAM, México). Profesor de Historia en Comillas, UCA de El Salvador y Nicaragua. Llegó a Honduras en 1977, Vicario en la Parroquia de Tocoa, cofundador del ERIC (El Progreso, 1980). Formador de jesuitas en Centroamérica y Argentina. Actualmente Párroco de S. Ignacio de Loyola (El Progreso, Yoro, Honduras).
La Biblia es una biblioteca.
Estamos tan acostumbrados a ver en la Biblia un libro que se nos olvida que, originalmente, la
Biblia era una biblioteca, o sea, un conjunto de libros. En su origen la Biblia constaba de 73 «libros» distintos; tan distintos el uno del otro como los libros de cualquier biblioteca. En la Biblia hay libros
de historia, de poesía, de cartas, de himnos, de refranes, de sermones, de crónicas; hay el registro
civil de todo un pueblo y también el registro de la propiedad de ese pueblo.
Lo que más se parece a lo que es la Biblia es un periódico o diario cualquiera en el que hay
secciones de sentido tan distinto como las noticias internacionales, los editoriales, los anuncios
comerciales, poesías, anuncios de cine o T.V., caricaturas, tiras cómicos, edictos judiciales, etc.
Las noticias internacionales no tienen nunca el mismo sentido que un anuncio de cine o comercial.
Exactamente igual, un trozo de carta de San Pablo no tiene nunca el mismo sentido que un salmo
del Antiguo Testamento; una poesía bíblica, como toda poesía, intenta transmitir un sentimiento y
contagiarlo; no tiene nunca el mismo sentido que un mandato urgiendo que algo se haga o deje de
hacer.
En ese sentido, citar una frase bíblica fuera de su contexto es tan absurdo, por eso, como
pretender que una cita de una tenga el mismo valor para la situación actual de Honduras que una
frase de un Presidente, sólo porque los libros de donde se sacaron las grases estén en la misma
biblioteca. Tan absurdo como decir que un decreto del Gobierno tiene el mismo valor que un
anuncio de cine sólo porque viene en el mismo periódico.
Lo primero que uno se debe preguntar al leer un texto bíblico no es qué dice aquí, sino ¿qué quiso
decir el autor en ese párrafo que estoy leyendo? Exactamente lo mismo que cuando leo el famoso
cuento de la zorra y las uvas, (que fue escrita en el siglo VI antes de Cristo)no le pongo atención al
hecho de que una zorra es la que habla en la fábula, cuando sé que las zorras no hablan, sino que lo
que busco es saber qué me quiere decir el autor de la cuento. Así deberé preguntarme: ¿qué quiso
decirme el autor del relato, del libro entero? ¿En qué afecta a mi salvación, a mi liberación, aquí,
hoy, en América, lo que dice este libro que leo? Porque la Biblia no es para saberla, sino para vivirla
y en ella se nos revela todo lo que tiene que ver con nuestra salvación, con nuestra liberación.