P. Jesús M. Sariego, SJ
El Progreso, Julio 2022
Provincia Jesuita de Centroamérica

Publicado: Miércoles, 27 Julio 2022

Compartimos el artículo del P. Jesús Manuel Sariego SJ como un aporte a la celebración del Año Ignaciano y como reflexión a una lectura de la historia de la Provincia Centroamericana.

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El paso de Dios por nuestra historia jesuita en Centroamérica

… “Una vez iba por su devoción a una iglesia, que estaba poco más de una milla de Manresa, que creo yo que se llama sant Pablo, y el camino va junto al río; y yendo así en sus devociones, se sentó un poco con la cara hacia el río, el cual iba hondo. Y estando allí sentado se le empezaron a abrir los ojos del entendimiento; y no que viese alguna visión, sino entendiendo y conociendo muchas cosas, tanto de cosas espirituales, como de cosas de la fe y de letras; y esto con una ilustración tan grande, que le parecían todas las cosas nuevas” … (Autobiografía, 30).

Ignatius 500 es el slogan de la celebración gozosa que ha convocado a los amigos de Ignacio en todo el mundo entre el 20 de mayo de 2021, aniversario de la herida sufrida por Íñigo de Loyola en Pamplona, y el 31 de julio de 2022, festividad de San Ignacio. También nosotros, en Centroamérica y desde nuestro modo propio de seguimiento, nos unimos gozosos a este evento al tiempo que rememoramos la historia del paso de Dios por nuestra historia colectiva de jesuitas y laicos colaboradores en nuestras vidas y trabajos.

Hace 500 años, Íñigo López de Loyola caía herido defendiendo Pamplona, ciudad asediada por los franceses. Fracturado y tristemente frustrado, fue conducido a Loyola. Allá, a la depresión le sucedió la lenta recuperación: la herida reconvirtió los sueños de su vida. Leyendo los pocos libros de la casa, y mientras contemplaba postrado, frente a él, el cerro de Izarraitz, al desarraigo le sucedió la pasión por imitar la vida de los Santos para así seguir a Jesús. Íñigo comenzó entonces a ver su vida de otro modo. Le parecían nuevas todas las cosas… El pasado había sido tiempo de aprendizajes; el futuro brillaba atractivo y prometedor. Aquel corazón donde habían crecido “vanas pasiones del mundo”, iniciaba un nuevo aprendizaje “como niño de escuela”. Y es que hay heridas de la vida humana que de pronto nos transforman. Amargos reveses del pasado, que al fin anuncian la luz resplandeciente del Resucitado…

“Con Mons. Romero, -decía Ellacuría,- Dios pasó por El Salvador”. En este Aniversario ignaciano, que celebramos, jesuitas y colaboradores en la misión en Centroamérica, sin duda nos hemos preguntado: Y ¿cuántas veces no ha pasado Dios por nuestras vidas y por nuestra historia? ¿Cuántas veces no dejó su señal liberadora en los dinteles de nuestras existencias e instituciones, aún en medio de los aparentes fracasos? Al ver a Ignacio postrado en la habitación alta de la casa de Loyola, todos, sin duda, algo hemos releído de nuestra historia pasada mientras contemplamos el futuro pensando “en todo amar y servir” …

“El primer preámbulo es la historia”– prologa Ignacio muchas de sus contemplaciones de los Ejercicios. Nos proponemos aquí recordar algunos tramos de este itinerario en el que, sin duda, Dios nos acompañó por las complejas rutas de la historia jesuita de Centroamérica. En las posadas alegres, como en Navidad, encuentros iluminadores como en Galilea, éxitos aplaudidos junto a la orilla del lago, estaciones dolorosas de Vía Crucis e incluso reencuentros iluminadores como en Emaús. Allá estuvo, sin duda con nosotros y promete acompañarnos en adelante, con el viento de Pentecostés.

1. Desde la marginalidad al esplendor y el exilio

… “Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación. Estas señales acompañarán a los que crean: en mi Nombre echarán demonios y hablarán nuevas lenguas; tomarán con sus manos serpientes y, si beben algún veneno, no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y quedarán sanos.” (Mc 16, 15-19)

Uno de los proyectos del generalato de Francisco de Borja (1539-1543) buscaba establecer en Guatemala una base para la ardua evangelización de las Antillas. Este sueño tardó en llevarse a cabo, pero por su ubicación estratégica, pronto los jesuitas conocieron Centroamérica. Primero, en 1567 cuando la primera expedición jesuita camino del Perú pasó por Panamá. No se quedaron allá, pese a las súplicas de los vecinos y del mismo superior de la expedición que deseaba establecer en Panamá la Curia provincial. No eran las indicaciones recibidas de Borja. Tampoco tuvo éxito la solicitud de Felipe II en 1567 pidiendo cuatro jesuitas para acompañar al Gobernador de Honduras, Juan Vargas de Carvajal. Lo mismo ocurrió en Guatemala: Pedro Villalobos, presidente de la Audiencia solicitó en 1572 al provincial de México el envío de un grupo de jesuitas, pero la 1ª Congregación Provincial de Nueva España en 1577 respondió negativamente. Dos años después, viajando del Perú hacia México, donde sería provincial, el P. Juan de la Plaza se detuvo en Granada, Nicaragua, donde de nuevo recibió la misma petición de parte del Cabildo, pero la demanda tampoco prosperó. No era llegada la hora…

Y es que, en los orígenes, Centroamérica no parecía un lugar prioritario en los planes de la Compañía. El territorio ni era conocido para ellos ni ocupaba una atención especial para la Corona. El punto de interés era más bien Perú, centro del Virreinato y rico en metales preciosos. Para acceder allá era obligado la travesía entre ambos mares por Panamá. Por allá pasó la primera expedición en 1567, camino de Lima, donde Borja prefirió establecer la residencia provincial. Panamá, es verdad, era clave de circulación de mercancías y población. Eran dos las rutas que recorrían desde Sevilla las flotas españolas. Una hasta Nueva España (México), la otra, al Perú a través de Tierra firme (Panamá). Una inmensa caravana de barcos mercantes escoltados, desde Sevilla, por varios navíos de guerra. La flota de Panamá partía en agosto, se detenía en Cartagena y llegaba a Nombre de Dios (después a Portobelo) en tiempo lluvioso. Por la vía fluvial del “Camino de Cruces” y la terrestre del “Camino real”, al fin mercancías y pasajeros alcanzaban el puerto de Panamá en el Océano Pacífico. De ahí, una nueva expedición protegida por la Armada del mar del Sur, accedían al puerto de El Callao, en el Perú.

En 1578 hubo en Panamá una segunda presencia de dos jesuitas que acompañaban como capellanes a los soldados españoles en guerra contra los piratas ingleses en el Bayano. Ya entonces se instaló una residencia que en 1582 se cerró por decisión de la 3ª Congregación Provincial del Perú. Tras una misión exploratoria, múltiples peticiones de los vecinos y Cabildo municipal, en diciembre de 1584, los jesuitas establecieron al fin una pequeña escuela de primeras letras, después convertida en Colegio, Noviciado temporal (1601) y años más tarde, en Universidad de San Javier. En pocos Colegios jesuitas ocurrió lo que en Panamá: el Cabildo municipal costeó desde entonces la estancia de los jesuitas hasta la expulsión.

Hasta 1671, la actividad de los jesuitas en Panamá se centró en educar y evangelizar. A los inicios, sin iglesia propia, utilizaron las plazas, y catedral de la ciudad. En 1609 abrieron su propia iglesia dedicada a San Ignacio. Predicaban con frecuencia sobre la usura, los principios morales y las condiciones justas del comercio. Distribuían los sacramentos, catequizaban y crearon varias congregaciones de laicos, atendían a presos y enfermos. Pero de estos primeros trabajos pastorales, tal vez hay que reseñar su labor con la población africana llegada de modo permanente a Panamá.

En la ciudad de Panamá buena parte del trabajo evangelizador fue dirigido hacia la población negra, incluso los cimarrones que en las áreas de Chepo y el Bayano que buscaban escapar del control de sus amos blancos. Los jesuitas acompañaron en Congregaciones propias a la numerosa población africana. Conviene recordar que para fines del siglo XVI habitaban en la ciudad de Panamá cerca de 12.000 emigrantes africanos. “Panamá, – escribía al P. General uno de los primeros jesuitas, – no parece ciudad de las Indias, sino un pueblo de Etiopía”. Se fundaron dos Congregaciones para los esclavos negros, la de San Salvador y la del Santísimo Sacramento en 1616. En la mañana de los domingos, en los diversos barrios se organizaba la catequesis y procesiones que en la tarde, después de recorrer las principales iglesias de la ciudad, confluían con todo ceremonial en una celebración de la Eucaristía en la iglesia de la Compañía.

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